domingo, 24 de mayo de 2015

Góngora: SOLEDAD I. El declinar de la ilusión.

Términos le da el sueño al regocijo,
mas el cansancio no, que el movimiento
verdugo de las fuerzas es prolijo.
Los fuegos, cuyas lenguas, ciento a ciento,
desmintieron la noche algunas horas,
cuyas luces, del sol competidoras,
fingieron día en la tiniebla oscura,
murieron, y en sí mismos sepultados
sus miembros, en cenizas desatados,
piedras son de su misma sepultura.

Luis de Gongora: Soledad I, vv. 677-686.

El Barroco no suele explicarse por sí mismo, sino como una derivación del arte renacentista. Aquí no se interpreta tanto como reacción en contra, sino como el esfuerzo asfixiado de mantener los valores estéticos éticos y estéticos del Renacimiento, cuando no se comprenden o simplemente no se cree en ellos. La belleza artística del molde clásico no se corresponde con el espectáculo brutal de la realidad moderna; siempre es necesario un adorno más, una simetría más. El hombre decepcionado y escéptico sólo ve confirmado una y otra vez que el discurso moral y estético está permanentemente frustrado. 
Este fragmento podría interpretarse como una alegoría de ese desplome del entusiasmo humanista en el siglo XVII. El antropocentrismo de la guerra, la miseria, el hambre y la enfermedad, de la corrupción política y el goce y el vicio. La ciencia, las matemáticas, el saber, no han hecho del ser humano algo mejor. El bien fue sólo un sueño. Esfumado el bien, todo se vuelve humo, y la verdad, ceniza.
  • "Términos le da el sueño al regocijo". Si Luis hubiera leído a Sigmund, diríamos que alude a la teoría del sueño como realización de deseos. Si hubiera leído a Jacques, diríamos que juega con la idea de sueño como cierre enunciativo. Siempre irónico: el sueño es el límite, la ley, donde se define el goce que despierto anda desbocado y sin forma.
  • "Mas el cansancio no, que el movimiento". Aún sigo preguntándome por qué es necesario el sueño. ¿Qué función biológica desarrolla, que no basta con tumbarse a descansar? Porque sabemos que no es que el cerebro deje de funcionar, ni mucho menos. Es como si la conciencia fuera un esfuerzo agotador, mientras que la conciencia misma no se siente cansada y seguiría pensando así, con su goce desmedido.
  • "Verdugo de las fuerzas es prolijo". Esto es un tópico: la idea de que el propio afán, el esfuerzo por mejorar, es el que va gestando nuestro cansancio y nuestra derrota. Son las ganas de vivir las que nos acaban. Irónicamente siempre: es tan minucioso el delirio, la ilusión del bien y del sentido, que jamás culmina. Si no fuera por el sueño se impondría sin límite. Y donde digo delirio pongo el Renacimiento y su minucioso afán por acotar el Bien, la Belleza, la Verdad. "Prolijo" es el movimiento; pero ¿es verdugo por ser movimiento o por ser prolijo?. El sentido nunca terminaría de no ser por el punto, tras el cual no hay realmente sentido, sino incertidumbre.
  • "Los fuegos, cuyas lenguas, ciento a ciento". Babel. Las artes. Las ciencias. Las palabras son a cientos lenguas de fuego. Y yo digo: el fuego robado. Y así seguiría encadenando delirantemente enunciados. Bla bla bla.
  • "Desmintieron la noche algunas horas". ¿La noche era falsa? Claro, la noche es símbolo de falsedad. El siglo del oscurantismo iba a terminar con el fuego de los sabios humanistas alumbrando los viejos y sabios textos grecolatinos. Pero dice que la ocuridad es falsa, y no es tal oscuridad. Y en cualquier caso, sólo algunas horas: tantos fuegos cientos para apenas algunas horas: "la luz brilla en la oscuridad, pero la oscuridad no se acaba". El Clasicismo era capaz de captar la transformación en bellas cápsulas ("carpe diem"); el Barroco está ofuscado por el devenir del tiempo ("tempus fugit")
  • "Cuyas luces, del sol competidoras". Aquí radica la clave de este arco barroco. La belleza del arte intentando competir con la belleza divina, a saber la naturaleza, la realidad. El número áureo traduce la escritura de Dios. El hombre renacentista cree que con sus matemáticas puede comprender la verdad de las cosas y plasmarla; para el hombre barroco todo eso no es más que soberbia. Aunque quisiera creer que sabe qué es la belleza y qué es el bien, el mundo bajo el sol es absurdo, ilusorio, feo y decadente.
  • "Fingieron día en la tiniebla oscura". Otra vez la misma idea pero vuelta del revés: ahora es la luz la claramente hipócrita, mientras que la auténtica realidad es epítetamente oscura. El discurso estético y moral, es como un baile que no quiere acabar, que no quiere asumir que no hay música que haga girar las esferas.
  • "Murieron, y en sí mismos sepultados". Otra vez esta idea del cuerpo como sepultura del alma. La vida es la auténtica muerte del alma. El delirio es narcisita y dándose rienda suelta construye su propia prisión y su ceguera, de la que jamás conseguiría salir. Y aquí está la muerte, finalmente, que es la auténtica verdad, inapelable, pero sólo visible desde fuera. A oscuras, porque la muerte es invisible a la luz del goce.
La paradoja de la transformación. Mi discurso ha desatado sus miebros de sentido transformando el final de un baile en la consumación (consumición) final del espíritu renacentista. Crea una realidad paralela que compite con el texto mismo que la origina y al que, tal es su soberbia, pretende explicar. Con prolijo esfuerzo podría refinar mi exposición e ir presentándola de forma bien creíble, suficientemente creíble. No sería sino ceniza. El texto, terminado, presentado como objeto, es el monumental epitafio de sí mismo. No es nada. Si fuera algo, sería, de hecho, algo muerto. Vivo como pretende mientras habla el que habla; pero su sentido es un baile de luz, apenas avistado en la implacable ensoñación de las tinieblas. 


domingo, 10 de mayo de 2015

CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA. Gabriel García Márquez

El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros. «Siempre soñaba con árboles», me dijo Plácida Linero, su madre, evocando 27 años después los pormenores de aquel lunes ingrato. «La semana anterior había soñado que iba solo en un avión de papel de estaño que volaba sin tropezar por entre los almendros», me dijo. Tenía una reputación muy bien ganada de interprete certera de los sueños ajenos, siempre que se los contaran en ayunas, pero no había advertido ningún augurio aciago en esos dos sueños de su hijo, ni en los otros sueños con árboles que él le había contado en las mañanas que precedieron a su muerte.

Gabriel García Márquez: Crónica de una muerte anunciada

Las grandes obras lo son desde su inicio. Desde este primer párrafo, ya se "anuncia" lo que va a ser recurrente a lo largo de la novela.
  • La muerte anunciada en la octava palabra del libro, podría haberse sospechado ya desde la misteriosa intimidad del propio Nasar. El Destino se deslizaba en sus sueños y un buen interpretador -como presumía ser su madre- podría haberlo leído. Precisamente la madre está ciega al íntimo destino de su hijo.
  • Interpretación fallida: nuestro pensamiento es literario en los sueños. El sueño es a Santiago como esta novela es a nosotros. ¿Sabremos interpretar lo que se desliza en el lenguaje literario de esta novela?, o con nuestros recurrentes fracasos demostramos lo difícil que es de aprender lección alguna.
  • Ingenuidad vs. impotencia. Todos los personajes de la novela dan la sensación de que se mueven cándidamente. Vuelan creyendo que jamás se toparán con los hermosos almendros que en invierno florecen. Sólo el lector sabe. Curiosamente el lector es cada personaje mismo, rememorándose, para luego narrárnoslo a nosotros. Y el proceso invertido comienza desde nosotros: hasta nuestra ingenuidad como lectores-vividores.
  • El almendral de las convicciones. En el bosque de la moral, al tropezar con un árbol, unos personajes vuelcan su caída sobre otros. Santiago acaba debajo y muere por asfixia. La presunción de inocencia, la virginidad, la venganza, el matrimonio, la visita del obispo, etc. Todos creen ejecutar su convicción como "debe ser"; pero uno mismo es su casa de herrero con cuchillo de palo y, en el momento del acto ideado, qué sino torpe frustración.
  • Ciertamente, el proceso de la ficción suele ser al revés. Aquí, en cambio, partimos desde la cagada de pájaro para recuperar el paraíso perdido de los higuerones. Porque nuestra historia, también una ficción, sigue la lógica implacable de un solo sentido. Cierto que, al terminar la lectura, hacemos otro rápido viaje de regreso, desde el símbolo de la muerte hasta la realidad inefable de nuestra rutina (o acaso ambos mundos -siendo que los sueños realmente no significan nada- estén separados por un χωρισμός)
Y si desmenuzamos, tal vez encontremos más. Cuando elegimos la mirada fractal, es fácil perderse en un bosque.